Tú no eres el ratito que sobra un martes cualquiera, ni eres el premio de consolación, ni el gol en el descuento. Tampoco eres un trofeo, ni los prejuicios hacia tu falda, ni un nombre más en su largo listín telefónico. Tú no eres un “ya vemos”, ni un “si eso después te llamo”, ni el “whatsApp” a las cinco de la mañana cuando la fiesta se acaba y los colegas no tienen plan. Tampoco eres el polvo de los domingos, ni la ficha del parchís que se puede comer cada vez que quiera. Tú no eres el segundo plato ni el postre. No eres su media naranja, ni el ruido que le agobia, ni el ramo de flores con aroma a perdón. Tú no eres un te echo de menos colocado y mañana si te he visto no me acuerdo. Tampoco eres un te quiero abreviado y desganado, ni su absurda manera de fingir que está.
No, tú no eres ni “esa”, ni la que está siempre, ni la que lo aguanta todo.
A veces hay que decir basta, hasta aquí. Dejar de comernos la cabeza hasta las tantas culpándonos de mierdas que no son nuestras. Creernos de una vez lo que valemos y no concederle el permiso a nadie de marearnos, porque de ahí no sale nada bueno, lo juro. Pronunciar con la boca bien grande un adiós en mayúsculas. Seguramente, y como yo, lo harás el día que menos lo espere. Ese mismo día te estarás esperando a ti con los brazos abiertos para darte tu lugar. Y para ese entonces, cuando quiera venderte la moto tú estarás subida en otra. En la tuya. Que a medias no te valga y a ratos tampoco. Deja que la gente que solo quiere ganar, pierda por sí sola. Que te quieran bien y bonito, no mereces menos.
