Hay gente. Hay gente que vive en el mundo para hacerlo mejor. Y luego hay gente que existe para hacer del mundo un lugar increíble.
Se me ocurre variedad de nombres que hacen alusión a genios de la ciencia, de las letras, de la música, del arte, de la sociedad; mentes brillantes que no pasarán jamás desapercibidas porque cada paso que dieron tuvo un motivo y una razón de ser, dejando una estela inmortal a lo largo del tiempo. Sin duda, todos ellos vinieron al mundo para hacerlo mejor.
Sin embargo, hoy no me refiero a esos genios. Hoy me quiero referir a algo más común y cotidiano, personas de a pie con las que compartimos mundo haciendo de él un lugar increíble:
El vecino con el que nunca te encuentras por el edificio, excepto en el garaje cada lunes a las ocho de la mañana y que con gesto afable y educado ya te está deseando feliz comienzo de semana, aunque el sueño no le deje articular palabra.
El chico guapo con el que coincides cada mediodía en el transporte público y al que le haces un escáner visual porque, además de estar tremendo, te encanta contemplar cómo tararea su canción favorita con los cascos en los oídos.
El reponedor del supermercado de tu barrio que ya te conoce y te ha separado en una caja las mejores frutas y verduras para que cumplas a raja tabla con tu dieta equilibrada y reduzcas de una vez por todas ese colesterol que te trae por el camino de la amargura.
La camarera del bar de enfrente de tu trabajo que acaba de verte entrar con esas ojeras hasta el suelo y sin decirte nada le ha puesto canela a tu café para llevar, porque sabe que te encanta.
Tu compañero de curro al que no se le escapa nada, que te ha visto entrar varias veces al baño con el neceser en la mano y sin darte cuenta te ha dejado tu chocolatina favorita al lado de tu ordenador con una nota que pone “para que los días de marea roja sean menos marejada”
Tus amigas, esas que más que amigas son familia y que con sólo decirles “no estoy bien” ya se plantan en tu casa con una botella de vino y medio 24 horas de papas y chocolates.
El taxista que te llevó una vez al aeropuerto esquivando coches (aquello no era conducir) y que te preguntó qué tipo de música te gustaba escuchar. Y se te ocurrió decirle que te gustaba la salsa porque justo habías visto la película El Cantante el día anterior, ¿en serio? Los mejores temas de los grandes de la salsa llenaron la antesala de uno de tus viajes rutinarios, convirtiéndolo en auténtico sabor.
El personal sanitario que salvó a tu madre cuando estaba entre la vida y la muerte, pero sobre todo, los enfermeros que la recibieron a la salida de la intervención y que abrazaron su camilla mientras le decían “MUY BIEN, CAMPEONA, LO HAS CONSEGUIDO, VAS A SALIR DE ESTA”.
Tus compañeras de prácticas que no te lo pusieron fácil, pero que te enseñaron mil cosas que no se aprenden estudiando y que te hicieron más fuerte y válida.
Gente que te presentan en las bodas, pero que no conoces hasta que terminas bailando con todos ellos sin tacones y después de varias copas.
Tu gente del gimnasio con los que compartes una hora al día de tu vida y se convierte en la mejor terapia y vitamina.
El chico de la gasolinera que un día te hizo explotar de la risa con sus ocurrencias, mientras le explicaba a un señor impertinente lo inexplicable con el fin de que enterrara el hacha de guerra por culpa de un ambientador defectuoso.
Gente que conoces en los viajes, porque los viajes son mágicos y siempre se da una conexión especial con personas que te cruzas para no volver a ver jamás, pero que terminan siendo imprescindibles.
La propietaria de un edificio viejo en la gran ciudad, que te miró raro cuando llegaste, pero que luego no dejó de cuidarte a base de tuppers y consejos para el frío durante el duro invierno.
Tu jefa, que fue testigo de las peleas con tu novio y no dudaba en tenerte preparada una tila, un paquete de pañuelos o un sermón de esos que te hacen espabilar.
Aquella compañera de habitación en el hospital, cuya cultura, distinta a la tuya, te liberó de prejuicios que no sabías que tenías y te hizo reír cada día a pesar de las circunstancias.
Anfitriones que sin apenas conocerte son capaces de pellizcarte el corazón.
Y un sin fin más de anécdotas llenas de vida que seguro has sido capaz de identificar.
Pero esto no es todo, porque, de repente, aparecen personas en el camino sin previo aviso y sin planearlo para ponerlo todo patas arriba a base de espontaneidad, locura, dulzura y humor.
Personas que tienen la capacidad de enganchar a otras sin proponérselo, porque su anzuelo es tan grande que es casi imposible esquivarlo.
Personas que desprenden sólo cosas bonitas cuando te miran y que te hacen reír hasta dolerte la barriga.
Personas que marcan la diferencia por ser como son.
Personas llenas de dudas, como todos, pero aferradas a la certeza de cada momento.
En mi caso, esas personas han marcado un antes y un después. Y siento decirlo, pero cuando eso ocurre ya no hay vuelta atrás, porque esa marca se vuelve irreversible para recordarte que son pocas las personas con las que sentirás que la vida tiene un único sentido: el de existir haciendo de este mundo un lugar increíble.
Un aplauso por todas esas personas vitamina. Que bonito artículo compañera. Un abrazo!