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Ecosistemas modernos

micromundo
Fuente: Sim Graphic Design/Unsplash

En este mundo que habitamos existen miles de mundos diminutos, que son los que vamos enhebrando cada uno de nosotros en el entorno a lo largo de nuestra vida.

Tengo un tatuaje en el brazo que dice “mil vidas, una sola alma”, una larga historia que algún día les contaré. Por el momento, tan solo aludiré que hace no mucho tuve una vida de esas que ya forma parte del recuerdo y que vive para siempre en mi alma. Una vida que encuentra sus días en un micromundo creado por mí y mi antojada subjetividad. 

El lugar que pronto les voy a describir existe de verdad y desde que tengo uso de razón ha estado a mi alcance; sin embargo, tal y como lo recuerdo hoy dista mucho de la primera vez que lo visité, prueba evidente de que hubo un antes y un después que marcó para siempre su existencia, al menos desde donde lo veo yo.

«La espiral de la cotidianidad y el curso apresurado de las horas del reloj me empujaron a este micromundo del que al principio no sabía cómo salir»

Un gran amigo me dijo una vez, refiriéndose a una ciudad que tenemos en común, “he ido y venido varias veces, y ninguna de esas veces ha sido igual”, y no puedo estar más de acuerdo con su afirmación.

No sé cuándo ocurrió exactamente, cuándo dejó de ser un sitio cualquiera para convertirse en un lugar especial con vida propia, lo que sí puedo decir es que la espiral de la cotidianidad y el curso apresurado de las horas del reloj me empujaron a este micromundo del que al principio no sabía cómo salir, hasta que un día, sin pensármelo demasiado, tomé la decisión de irme y dejarlo atrás. Creo que fue ese día en concreto porque por fin me sentí fuerte. Y libre.

La primera vez que lo visité fue para ir al cine, y es que sus salas y pantallas eran las más grandes de la isla, así que pronto pasó a ser el lugar de referencia para disfrutar de cualquier súper estreno.

Si tenía que comprarme algún modelito para los fines de semana de mi último año en el instituto, sin duda ese era lugar elegido, sin olvidarnos de mis clases fugadas en la universidad con mi amiga inseparable, quien hasta el momento era la única con carnet de conducir y hacía fácil nuestros desplazamientos por la zona metropolitana.

«Todo aquello terminó y el centro comercial empezó a ser el CeNTrO CoMeRCiAL por excelencia, con todas las letras y escritas de esta manera»

Pero aquellos maravillosos años pronto llegarían a su fin, y lo que era un lugar de desahogo para poder hablar del chico que nos gustaba y su nueva novia, donde mirarnos y remirarnos en cada espejo, porque en casa no teníamos tantos, donde lloriquear por las esquinas por no poder comprarnos el maniquí entero, incluso un lugar donde probarnos cada sombrero hasta conseguir con el que nos pareciéramos más a Jack Sparrow y hacer la broma del momento… Todo aquello terminó y el centro comercial empezó a ser el CeNTrO CoMeRCiAL por excelencia, con todas las letras y escritas de esta manera, pues no encuentro mejor forma de reflejar la montaña rusa que guarda entre sus entrañas. 

De repente, empezó a ser atractivo por su gran supermercado, siempre con las mejores ofertas para familias numerosas y monoparentales, con bolsillos escasos en plena crisis económica y/o existencial; por sus tiendas que ya conocíamos pero tenerlas tan seguidas unas de otras garantizaban la comodidad que todos buscábamos, y mientras el parking no amenazara con poner su cartel en rojo indicando “completo”, era el lugar perfecto para hacer las compras navideñas de una sola vez.

Y así pasaron los años hasta que llegó la gran reforma, mejorando el piso de arriba con una restauración atractiva y apetitosa, zonas para niños, padres en pleno aprendizaje interactuando con otros padres, luz distinta en las zonas interiores, así como asientos y sillones estratégicamente ubicados. Sin duda, todo cambió, porque no es que dejara de ser para empezar a ser, como antes, sino que siguió siendo lo que era con más añadidos. 

Y fue de esta manera como se convirtió en un lugar de encuentro para un público de todas las edades, donde los más pequeños cenaban su comida basura un viernes por la noche y los adolescentes amansaban sus hormonas con el helado deseado durante toda la semana, siguiendo por los jóvenes que optaban por una sesión de cine como primeras citas, y los de 26 hacia arriba en plena caña after work. 

«Ahora que lo pienso, aquel centro comercial era capaz de darle cobijo a casi toda la diversidad que tan incomprendida se siente en nuestra realidad»

Empecé a trabajar para una marca a 165 km de casa, y aunque al principio me lo tomé como un reto del que seguro sacaría algo positivo, como afianzar mi puesto de trabajo, lo cierto es que la situación cambió cuando decidí volver a estudiar. Estudios que debía compaginar con mi jornada laboral pero que a tanta distancia se me hacía un imposible, con lo cual me vi obligada a solicitar traslado, y en caso de no conseguirlo tendría que renunciar al trabajo. Pero todo salió bien y pronto comencé a trabajar más cerca de casa, concretamente, en el Centro Comercial del que llevo hablando todo este rato.

Digamos que el primer año fue bastante llevadero y me sirvió para ir levantando ladrillo a ladrillo de este micromundo, con sus habitantes, sus normas de seguridad y convivencia, sus zonas comunes y de aseos, visitantes del residencial exterior y un tejado lleno de olores demasiado tentadores a las 10 y media de la noche. Navidades de ensueño por su decoración e iluminación, con un hilo musical característico sonando desde el mes de noviembre y donde los domingos eran el primer lunes de cada semana. 

El personal de seguridad ejercía de hermano mayor y el de limpieza ejercía de padres que, siendo niños, les quitan a sus hijos las piedras de dentro de los zapatos para que sigan jugando. Las nuevas aperturas de tiendas eran como el alumno nuevo que llega a clase a mitad de curso, y los clientes, la selva del patio del colegio. Mis amigos de la vida real me visitaban allí a menudo, sabían que no podía estar en otra parte. Muchas caras conocidas, quizás de la universidad, del instituto o a saber dónde, comenzaban a trabajar en épocas de rebajas, y aunque eran nuevas dentro de este micromundo, para mí no lo eran tanto. Sentir esa familiaridad al verles era reforzar lo que yo estaba creando allí dentro sin querer. 

Y llegó el segundo año, o más bien, los tres meses finales del mismo, momento en que termino los estudios para comenzar las prácticas de lo estudiado, siempre compaginándolo con el trabajo. A priori parece lo mismo que el año primero; en cambio, pronto empezarían a notarse las diferencias.

Las prácticas abarcaban más horas y me quedé sin tiempo para pasar por casa antes de ir a trabajar, así que cambié de bolso y me hice con uno más grande, y el tupper de la merienda se duplicó para poder hacerle hueco al almuerzo. Mi neceser de imprescindibles se convirtió en un almacén de supervivencia para que no me faltara de nada. Y así fue cómo de repente el parking empezó a ser una estancia más, donde relajarme y quitarme el uniforme de las prácticas para vestirme con el uniforme del trabajo habitual, gracias a la ayuda de un parasol y otros trucos de invisibilidad.

«Una sensación de constante contradicción que me daba razones para seguir corriendo, al tiempo que me iba quedando sin fuerzas para seguir caminando»

Después de un rato allí, tocaba pasar por el baño público, y no saben cuánto agradecí ese espejo separado de los lavamanos donde poder repasarme la raya del ojo y abusar del corrector anti ojeras, después de lavarme los dientes y de rehacerme la coleta.

Luego, si me daba tiempo, llegaba el turno del café rápido, yo lo llamaba: “minutos de gloria de cafeína”. Admiraba al personal que ya me reconocía y me servía sin necesidad de coger comanda, porque ya veían detrás de mí al tiempo pisándome los talones, otro detalle que me demostraba que todos éramos como una familia que se ayuda y se cuida.

Y sentía nostalgia en cada cierre del centro comercial cuando se apagaban las luces, y recobraba vitalidad cuando volvía a aquella rutina tan cansina y demoledora. Una sensación de constante contradicción que me daba razones para seguir corriendo, al tiempo que me iba quedando sin fuerzas para seguir caminando. 

Llegó el día, el final de las prácticas tuvo lugar en el mes de junio y yo podría haberme quedado solo trabajando en el centro comercial, pero había sido tan grande el desgaste que necesitaba salir de allí, volver a casa y no hacer nada, aunque me sintiera extraña al tener que deshacer mi bolso con sus tuppers y otros restos de supervivencia.

Así que me fui, abandoné el micromundo sin decir adiós, sin despedirme de sus habitantes, sin saber si lo echaría de menos o no. Y es que tenía que terminar tal y como empezó: sin saber el momento exacto.

«Ha pasado más de un año desde entonces y me atrevería a decir que he pisado el centro comercial dos o tres veces, sin adentrarme demasiado. Hasta hoy»

Hoy he vuelto al CeNTrO CoMeRCiaL, así, con letras desiguales otra vez, donde pasé la mayor parte de una vida que ya es recuerdo. He ido a desayunar a uno de mis rincones favoritos para pedirme lo de siempre, sin intenciones de que me reconocieran, ni mucho menos, pues hasta el personal de allí ya es distinto.  Es lo lógico después de tanto tiempo, que las cosas cambien, de la misma manera que yo también cambié de dirección entonces.

La chica, sonriente y amable, tomó nota de la comanda, y antes de cobrarme me hizo la pregunta clave: “¿Eres personal que trabaja en el centro comercial? Para aplicarte el descuento”. Una pregunta que había olvidado y que sin esperarlo me abrió en canal. Así es cómo ocurrió todo lo que les estoy contando.

Y fue así cómo tomé por primera vez el café de siempre en el lugar de siempre, dentro del micromundo que un día creé para sentirme como en casa y que más tarde olvidé. O quizás me olvidara él a mí antes que yo a él. Por eso, quisiera decirle algo antes de olvidarnos de nuevo:

Querido Micromundo,
Existe en ti un poder grande y fuerte que convierte lo impersonal en algo especial, y donde nada es de nadie al final termina siendo de todos.

Quería decirte que yo tuve la oportunidad de conocerte de cerca, de ver tus entrañas y de montarme en tu montaña rusa. Y después de todo no es que me lleve una parte de ti, sino que una parte de mí se queda contigo para siempre.

«Gracias, MiCrOmUnDo, por haber existido cuando más lo necesité»

En casa me enseñaron que hay que saber agradecer y decirlo en voz alta para que la otra parte se entere bien, así que ahí va, para que nunca lo olvides, para que lo recuerdes siempre: gracias, MiCrOmUnDo, por haber existido cuando más lo necesité.

Mymi

Sonríe con la mirada, ríe con el alma y escribe lo que no se atreve a decir.

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