Dicen que si una pareja duerme en cuartos o camas separadas es síntoma de crisis, pero pensándolo bien, creo que esto es solo un prejuicio más de la sociedad fisgona y rancia en la que vivimos.
No sé quién inventó las camas de matrimonio, ni quién dijo que dormir en pareja es sinónimo de amor y compañía, pero sea quien fuere, seguramente no tenía una pareja que roncase, se moviera, le diera patadas, o se acurrucase a su cuerpo cuando estamos a 40 grados en pleno mes de agosto. Y claro, todo ello es el pez que se muerde la cola, porque después de no dormir bien, con qué cara te relacionas al día siguiente con esa pareja o amigo que no te ha dejado descansar y te hace tener unas bolsas en los ojos que ni el mejor antiojeras te puede quitar, y para colmo, te toca soportar una mañana dura de trabajo o una actividad que requiera cierta concentración.
Pero lo peor, es cuando un hombre te juzga si rechazas quedarte a dormir con él, te llama fría, se molesta, no acepta tu decisión y se ofende, como si compartir cama fuera una señal de amor o de una adulación constante que quizás necesite para suplir algún tipo de carencia. Prefiere acusar e insistir, en vez de entender que quizás, no dormir con él es señal de respetar su espacio y descanso en esa cama de 180 cm que en los catálogos de Ikea catalogan como cama de matrimonio. Otro concepto, que seguimos usando cuando estos colchones también se ubican en dormitorios de solteros o divorciados y más aún cuando vivimos en una era donde las bodas empiezan a estar en peligro de extinción y las separaciones están en pleno auge.
¿Estamos locos?
Querer a alguien va más allá de dormir juntos, se puede pasar un rato maravilloso y retirarse, porque amar también es respetar los espacios del otro, abrazar su autonomía, dejarle dormir y echarse de menos, porque el amor no entiende de posesión ni de apegos, entiende de libertad y deseo.
