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Cosas de Maldivas

Su nombre es Mohamed, pero todos le llaman Moha. Diría que es el señor que limpia las habitaciones, pero no sería justo decir que esa es su única función en un hotel de Maldivas. Yo diría que su objetivo principal es fidelizar a los visitantes para que repitan la experiencia cada año.

Desde el primer día nos dio instrucciones de cómo vivir allí, en una cabaña de ensueño rodeada de mar y selva, como por ejemplo, que hay que dejar siempre una luz encendida toda la noche para que los mosquitos no nos piquen tanto mientras dormimos; que la lluvia llega algunas mañanas para espantar las pesadillas, por eso se va rápido, porque no hay pesadilla que dure más que un mal sueño.

Un día le pregunté a qué hora desayunaba y me dijo que sobre las 7, que a esa hora el desayuno está recién hecho y sabe mejor. En realidad, no me cuenta que madruga tanto porque es él uno de los que ponen en funcionamiento la isla cada día. Pero no importa, me gusta que me hable en su inglés maldivo y colarme en su mirada sin que se dé cuenta.

Al final de su jornada, cuando ya va oscureciendo, se pasea por las cabañas ocupadas para prepararlas para la noche, y más de una vez lo vimos aparecer mientras reposábamos en el porche. 

Me gustaba verlo llegar de entre los árboles con su andar lento, suave y algo cambado, pues Moha ya tiene una edad. Una de esas veces le pregunté por qué no jugaba al fútbol como el resto de trabajadores cada tarde. Me dijo que él ya estaba viejo para eso, que le duelen las rodillas, la espalda y la cadera. 

Y quizás también le duelan las manos; en cambio, de eso no se queja. Con sus manos deja la cama como nueva, pero sobre todo con sus manos cogía por las mañanas las flores más bonitas que encontraba entre los árboles de esta selva y nos las regalaba. Una vez las dejó encima de la cama, luego a cada uno en su almohada.

Y cuando ya se iban acercando nuestros últimos días allí, nos hizo un ramillete precioso, con tiras doradas y plateadas, seguramente recicladas de alguna fiesta anterior en el hotel. Probablemente me hayan regalado flores más bonitas a lo largo de mi vida; sin embargo, guardaré éstas para siempre en mi recuerdo, al igual que las conchas que fui encontrando por la playa y que dejé no sé en dónde. Moha las encontró a la mañana siguiente y me las dejó cerca y a la vista para que no me olvidara de ellas.

Seguiría contando más sobre ese señor, pero algunas cosas que me contó me pidió que no se las dijera a nadie, así que delante de él cerré con llave sus secretos, y luego la tiré al mar.

Ya debe estar por alguna parte del coral de Maldivas, con lo cual me quedo tranquila. Ojalá algún día volvamos a verte.

Por ahora, decirte que ha sido un placer tropezarnos contigo.
Y sobre todo, gracias infinitas por los regalos que nos hiciste, en inglés maldivo o en forma de flores.

Hasta pronto, Moha.

Mymi

Sonríe con la mirada, ríe con el alma y escribe lo que no se atreve a decir.

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