En un fin de semana de festivales se ven muchos vasos a punto de rebalsar.
Me gusta esa imagen.
Ese instante en el que el vaso sube a la frugal cima de su popularidad: Nunca podrá estar más lleno y la gloria le va a durar apenas unos segundos.
Ahí se erige una buena disyuntiva: o malabares logísticos hasta el final del camino, o un buen trago que acabe con ese sinvivir de transportar un recipiente con el ego muy subido.
La imagen del vaso casi a reventar se parece mucho a lo que he sentido contigo.
Mi intuición me decía que iban a pasar cosas.
Mi imaginación se puso a volar.
Y cuando la muy perra se pone creativa, se monta mundos oníricos que le hacen sombra hasta a la realidad más atrevida.
Es imposible que si proyecto mundos de Narnia la realidad me valga.
O al menos eso pensaba hasta ahora.
El otro día contigo la realidad cogió esa intuición, se la llevó de viaje a la puta Luna y la volvió a bajar a La Tierra impregnada de una mezcla de todo lo que hemos sido juntos en estos dos días y de un poco de lo que podemos llegar a ser si superamos los giros de guión que nos colocan cerca en muchas cosas, y muy lejos a la vez.
Ojalá encontremos la forma de construir ese juntos en el que tú eres muy tú, yo también, y ninguno se pierde ni se olvida de sí mismo en pro de ese nosotros que nos creemos que podríamos llegar a ser.
Mi misión es conseguir que me muestres todo lo que eres sin filtros.
Me dan intriga los lugares de tu mente a los que hace mucho que no les da el sol.
Me despiertan una ternura que no entiendo tus manías.
Tengo ganas de cuidarte hasta de mí.
Quiero dejarte entrar hasta mi cocina.
Mi despensa de luces y sombras,
mi bodega de llantos y risas,
mi almacén de poses y voces que me calzo cuando me quiero proteger.
Contigo la inercia se reproduce a la inversa.
No te haces una idea de lo raro de la situación.
Sorprenderme sintiendo esto.
Huir de la necesidad de encerrarme en mí.
Deshacer el camino que me haría escapar de ti.
Querer entrar en esta boca del lobo.
