Debo confesarte que últimamente me siento como esta primavera lluviosa que no parece ver el sol. Estoy esperando a que broten en mí esas primeras hojas, las que traen el aliento de la primavera, los primeros signos de un renacer.
Me siento como una copa que se ha ido vaciando y ahora duda de si está medio llena, o medio vacía, viviendo en un desequilibrio entre lo antiguo y lo nuevo, entre lo que era y lo que quiero ser.
Debo confesarte que volver acomodarse a la rutina es fácil, me diluyo en su simplicidad y en su orden, me resguarda de perderme en mi caos interno. En esa rutina encuentro algo de consuelo, es cierto que mata mi creatividad, pero también ahoga mi dolor y mis preocupaciones.
Es fácil volver a sentirse bien con el ruido exterior, últimamente me he vuelto perezosa a la quietud del silencio, a ese que trae de vuelta toda mi autenticidad.
Debo reconocer que estoy volviendo a huir de la escritura, porque una hoja en blanco me enfrenta a la mediocridad de mis miedos, me obliga a arrojar toda mi valentía, porque el temor de quién escribe es el de no darles a las palabras su auténtico sentido y valor, ni reflejar lo que guarda su corazón.
La suerte es que tengo un corazón que siempre se rebela, y aquí estamos de nuevo, escribiendo con o sin sentido, pero escribiendo.
